Los
diez cuernos que has visto son diez reyes que no han recibido
aún el reino; pero recibirán con la Bestia la potestad real,
sólo por una hora. Están todos de acuerdo en entregar a la
Bestia el poder y la potestad que ellos tienen.
Me dijo además: “Las aguas que has visto, donde está sentada la
Ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. Y los
diez cuernos que has visto y la Bestia van a aborrecer a la
"Ramera;" la dejarán sola y desnuda, comerán sus carnes y la
consumirán por el fuego; porque Dios les ha inspirado la
resolución de ejecutar su propio plan, y de ponerse de acuerdo
en entregar la soberanía que tienen a la Bestia hasta que se
cumplan las palabras de Dios.
Y la mujer que has visto es la Gran Ciudad, la que tiene la
soberanía sobre los reyes de la tierra” (Ap.17,12-18).
Después
de esto vi bajar del cielo a otro ángel, que tenía gran poder, y
la tierra quedó iluminada con su resplandor.
Gritó con potente voz diciendo: “¡Cayó, cayó la Gran Babilonia!
Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase
de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas
y detestables. Porque del vino de sus prostituciones han bebido
todas las naciones, y los reyes de la tierra han fornicado con
ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su
lujo desenfrenado (Ap.18,1-3).
Luego
oí otra voz que decía desde el cielo: “Salid de ella, pueblo
mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados y os alcancen
sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo
y Dios se ha acordado de sus iniquidades. Dadle como ella ha
dado, dobladle la medida conforme a sus obras, en la copa que
ella preparó preparadle el doble. En proporción a su jactancia y
a su lujo dadle tormentos y llantos. Pues dice en su corazón:
Estoy sentada como reina, y no soy viuda y no he de conocer el
llanto… Por eso, en un solo día llegarán sus plagas: peste,
llanto y hambre, y será consumida por el fuego. Porque poderoso
es el Señor Dios que la ha condenado” (Ap.18,4-8).
Llorarán,
harán duelo por ella los reyes de la tierra, los que con ella
fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean la humareda de sus
llamas; se quedarán a distancia horrorizados ante su suplicio, y
dirán: “¡Ay, ay, la Gran Ciudad! ¡Babilonia, Ciudad
poderosa, que en una hora ha llegado tu juicio!”.
Lloran y se lamentan por ella los mercaderes de la tierra,
porque nadie compra ya sus cargamentos: cargamentos de oro y
plata, piedras preciosas y perlas, lino y púrpura, seda y
escarlata, toda clase de maderas olorosas y toda clase de
objetos de marfil, toda clase de objetos de madera preciosa, de
bronce, de hierro, y de mármol; cinamomo, amomo, perfumes,
mirra, incienso, vino, trigo, aceite, harina, Bestias de carga,
ovejas, caballos y carros; esclavos y mercancía humana.
Y los frutos en sazón que codiciaba tu alma, se han alejado de
ti; y nunca jamás aparecerán. Los mercaderes de estas cosas, los
que a costa de ella se habían enriquecido, se quedarán a
distancia horrorizados ante su suplicio, llorando y
lamentándose: “¡Ay, ay, la Gran Ciudad, vestida de lino, púrpura
y escarlata, resplandeciente de oro, piedras preciosas y perlas,
que en una hora ha sido arruinada tanta riqueza!”
Todos los capitanes, oficiales de barco y los marineros, y
cuantos se ocupan en trabajos del mar se quedaron a distancia y
gritaban al ver la humareda de sus llamas: “¿Quién como la Gran
Ciudad?” Y echando polvo sobre sus cabezas, gritaban llorando y
lamentándose: “¡Ay, ay, la Gran Ciudad, con cuya opulencia se
enriquecieron cuantos tenían las naves en el mar; que en una
hora ha sido asolada!” (Ap.18,9-19).
Alégrate
por ella, cielo, y vosotros, los santos, los apóstoles y los
profetas, porque al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra
causa.
Un ángel poderoso alzó entonces una piedra, como una rueda de
molino, y la arrojó al mar diciendo: “Así, de golpe, será
arrojada Babilonia, la Gran Ciudad, y no aparecerá ya más”… Y la
música de los citaritas y cantores, de los flautistas y
trompetas, no se oirá más en ti; artífice de arte alguno no se
oirá más en ti; la voz de la rueda de molino no se oirá más en
ti; la luz de la lámpara no lucirá más en ti; la voz del novio y
de la Novia no se oirá más en ti. Porque tus mercaderes eran los
magnates de la tierra, porque con tus hechicerías se extraviaron
todas las naciones; y en ella fue hallada la sangre de los
profetas y de los santos y de todos los degollados de la tierra
(Ap.18,20-24).
Después
oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que
decía: “¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de
nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos; porque
ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su
prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos”. Y
por segunda vez dijeron: “¡Aleluya! La humareda de la Ramera se
eleva por los siglos de los siglos”. Entonces los veinticuatro
ancianos y los cuatro vivientes se postraron y adoraron a Dios,
que está sentado en el trono, diciendo: “¡Amén! ¡Aleluya!”. Y
salió una voz del trono, que decía: “Alabad a nuestro Dios,
todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes”. Y oí
el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas
y como el fragor de grandes truenos. Y decían: “¡Aleluya! Porque
ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios todopoderoso
(Ap.19,1-6).
“Alegrémonos
y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas
del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido
vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las
buenas acciones de los santos”.
Luego me dice: “Escribe: Dichosos los invitados al banquete de
bodas del Cordero”. Me dijo además: “Estas son palabras
verdaderas de Dios”. Entonces me postré a sus pies para
adorarlo, pero él me dice:
“No, cuidado; yo soy un siervo como tú y como tus hermanos que
mantienen el testimonio de Jesús. A Dios tienes que adorar”. El
testimonio de Jesús es el Espíritu de profecía (Ap.19,710).
Entonces
vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta
se llama “Fiel” y “Veraz”; y juzga y combate con justicia. Sus
ojos, llama de fuego; sobre su cabeza, muchas diademas; lleva
escrito un nombre que sólo él conoce; viste un manto empapado en
sangre y su nombre es: La Palabra de Dios. Y los ejércitos del
cielo, vestidos de lino blanco puro, le seguían sobre caballos
blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella
a los paganos; él los regirá con cetro de hierro; él pisa el
lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso.
Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes
y Señor de Señores (Ap.19,11-16).
Luego
vi a un ángel de pie sobre el sol que gritaba con fuerte voz a
todas las aves que volaban por lo alto del cielo: “Venid,
reuníos para el gran banquete de Dios, para que comáis carne de
reyes, carne de tribunos y carne de valientes, carne de caballos
y de sus jinetes, y carne de toda clase de gente, libres y
esclavos, pequeños y grandes” (Ap.19,17-18).
Vi
entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus
ejércitos reunidos para entablar combate contra el que iba
montado en el caballo y contra su ejército. Pero la Bestia fue
capturada, y con ella el falso profeta - el que había realizado
al servicio de la Bestia las señales con que seducía a los que
habían aceptado la marca de la Bestia y a los que adoraban su
imagen - Los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que
arde con azufre (Ap.19,19-20).
Los
demás fueron exterminados por la espada que sale de la boca del
que monta el caballo, y todas las aves se hartaron de sus
carnes” (Ap.19,21).
Vi
un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo Juan vi
la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de
Dios, dispuesta como una novia ataviada para su esposo. Y oí una
gran voz del cielo que decía: “He aquí la morada de Dios con los
hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo y Él
Dios con ellos, será su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los
ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llantos, ni
clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado”.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí, yo hago
nuevas todas las cosas”. Y me dijo: “Escribe, porque estas
palabras son fieles y verdaderas”.
Y me dijo: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio
y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la
fuente del agua de la Vida. El que venciere heredará todas las
cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes e
incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su
parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda” (Ap.21,1-8).
Vino
entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete
copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo
diciendo: “Ven Acá, yo te mostraré a la Novia, a la Esposa del
Cordero. Y me llevó en el espíritu a un monte grande y alto, y
me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén que descendía del cielo,
de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante
al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana
como el cristal.
Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y en las
puertas doce ángeles y nombres inscritos, que son los de las
doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al
sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y la muralla de la
Ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de
los doce apóstoles del Cordero.
El que
hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la
Ciudad, sus puertas y su muralla. La Ciudad se halla establecida
en cuadro, y su longitud es igual a su anchura. Y él midió la
Ciudad con la caña: doce mil estadios. La longitud, la altura y
la anchura de ella son iguales. Y midió la muralla: ciento
cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de
ángel. El material de su muralla es de jaspe, pero
la Ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio, y los
cimientos del muro de la Ciudad estaban adornados con toda
piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe, el segundo
zafiro, el tercero ágata, el cuarto esmeralda, el quinto ónice,
el sexto cornalina, el séptimo crisólito, el octavo berilo, el
noveno topacio, el décimo crisopaso, el undécimo jacinto, el
duodécimo amatista.
Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era
una perla. Y la avenida de la Ciudad era de oro puro,
transparente como vidrio. Y no vi en ella templo porque el Señor
Dios Todopoderoso es el templo de ella y del Cordero. La Ciudad
no tiene necesidad ni de sol ni de luna que brillen en ella,
porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara.
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de
ella, y los reyes de la tierra, traerán su gloria y honor a
ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no
habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a
ella.
No entrará
en ella ninguna cosa inmunda, ni los que cometen abominación y
mentira sino solamente los que están inscritos en el libro de la
Vida del Cordero (Ap.21,9-27).
Luego
el ángel me mostró un río de agua de Vida, claro como el
cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría por
el centro de la avenida principal de la Ciudad.
A cada lado
del río estaba el árbol de la Vida, que produce doce cosechas al
año, una por mes, y las hojas del árbol son para la salud de las
naciones. Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero
estará en la Ciudad. Sus siervos los adorarán; lo verán cara a
cara, y llevarán su nombre en la frente.
Ya no habrá
noche, no necesitarán de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios
los alumbrará. Y reinarán por los siglos de los siglos
(Ap.22,1-5).
El que Oiga
Diga ¡Ven!
Yo,
Jesús,
he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a
las Iglesias. Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el
Lucero radiante del alba.
El Espíritu y la
Novia dicen: “¡Ven”! Y el que oiga diga: “¡Ven!”. Y el que tenga
sed que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida.
Yo advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: “Si alguno añade algo sobre esto, Dios echará sobre él las plagas que se describen en este libro. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la Vida y en la Ciudad Santa, que se describen en este libro”.
Dice el que da
testimonio de todo esto: “Sí, vengo pronto”. ¡Amén!
¡Ven, Señor
Jesús!
Que la
gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén! (Ap.22,16-21).